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“Calvinismo” es una palabra desafortunada. Los eruditos deberían tratar de evitarla en la mayoría de los casos. Los eclesiásticos y laicos deben estar conscientes de los inconvenientes de la palabra. No obstante, el término llegó para quedarse, con solo los postmilenarios más rabiosos sugiriendo que algún día podría olvidarse. Sin embargo, considere que hoy el “calvinismo” se ha transformado en una especie de teología que no hubiese sido recibida en Ginebra durante la época de Calvino. Algunos ahora tienen puntos de vista heréticos sobre la Trinidad (i.e., la eterna subordinación del Hijo) y otros (tal vez las mismas personas que acabo de describir) orgullosamente se llaman a sí mismos “calvinistas de cuatro puntos”, los cuales también se niegan a bautizar bebés.



¿QUÉ ES EL CALVINISMO?
Para comenzar, deseo sugerir que el “calvinismo” como término de referencia para un cuerpo de doctrina es, en el análisis final, un sin sentido. En muchas iglesias “calvinistas” tienen un punto de vista de la Mesa del Señor que impediría a la mayoría de los presbiterianos disfrutar de la comunión en su iglesia. En estas iglesias “calvinistas”, el presbiteriano, que es bautizado como bebé, no está realmente bautizado y, por lo tanto, necesita ser bautizado (por inmersión) antes de poder venir a la Mesa del Señor. Cuando se considera el fuerte lenguaje que Calvino usaba contra los antipaedobautistas, parece bastante extraño referirse a un grupo de creyentes como “calvinistas” cuando probablemente Calvino los habría expulsado de Ginebra por sus opiniones. Y, francamente, después de haber sido llamado un “espíritu frenético y fanático” (Quoniam autem hoc seculo phrenetici quida spiritus…) [1] , ¿quién querría ser identificado con Calvino? No estoy diciendo que los bautistas están equivocados (aunque, como presbiteriano, difiero con mis hermanos sobre si los hijos de los creyentes deben ser bautizados), sino que ser “bautista” (i.e., un antipaedobautista) e identificarme como un “calvinista” es algo extraño. Crédito a la distinción bautista “particular” y “general”, o a la frase “bautista reformado” (que al menos aclara la historia confesional [1677/89] del término).

Hay una pregunta que debe hacerse: si usted desea ser identificado como un calvinista, pero no admitiría a Calvino en la Mesa de su iglesia local, ¿qué sentido tiene autoidentificarse como calvinista? Usualmente hoy se es un “calvinista” por aferrarse a ciertas verdades soteriológicas, especialmente la doctrina de la justificación solo por fe y la gracia soberana de Dios en la salvación. Después de eso, casi todo lo demás parece quedar en el aire, tanto así que ciertos tipos de antinomianismo se ven como pilares de la ortodoxia en el pensamiento actual sobre la salvación y la gracia. De hecho, sin querer entrar en detalles, pero dejándolo a la consideración del lector, Jacobo Arminio (1559–1609) probablemente estuvo más cerca de Calvino teológicamente que muchos de los llamados calvinistas en la actualidad. Con seguridad él leyó a Calvino mucho más que la mayoría de los calvinistas de hoy. [2]

HISTÓRICAMENTE RECHAZADO
También está la cuestión de si el “calvinismo” es un término útil incluso en el contexto del siglo XVI en el que surgió. Al igual que el término “puritanismo”, “calvinismo” fue originalmente un epíteto hostil. De hecho, “luteranismo” también fue utilizado con hostilidad por los católicos romanos contra los seguidores de Lutero. Calvino ciertamente consideró el término “calvinismo” como un término hostil, especialmente porque el “calvinismo” era visto como algo más peligroso que el Islam. Como Bruce Gordon aclara: “Términos como ‘calvinista’… no eran insignias usadas con orgullo sino insultos usados ​​por los oponentes para indicar que las personas no eran cristianas”. [3] Calvino deseaba ser conocido como un verdadero católico, diciendo en una ocasión sobre los luteranos: “Ellos no pueden encontrar un insulto más horrible para atacar a su Alteza [Federico III]…que el término calvinismo”.[4] Los luteranos usaron el término en conexión con su desacuerdo con los reformados sobre la Cena del Señor. En su contexto original, “calvinismo” no es un término que denota el surgimiento de una tradición teológica distintiva, sino más bien la discordia desafortunada entre los protestantes. De ahí los “calvinistas” versus los “luteranos”. Si ciertos reformadores hubieran podido persuadir a Lutero y sus seguidores de que resolvieran su cristología, tal vez el epíteto “calvinista” nunca hubiera surgido. Pero, “¡Qué pena!”, dice Lutero, “Hoc est corpus meum”.

La oposición al término provino de los reformados ya en 1555, cuando los ministros reformados en Lausana protestaron contra el término “calvinista”. El teólogo reformado francés, Daniel Tossanus (1541–1602) también rechaza claramente el término. Herman Selderhuis ofrece la siguiente explicación: “En sus escritos, Tossanus habla continuamente sobre los llamados ‘calvinistas’. Al respecto Tossanus dijo: ‘Algunos nos llaman calvinistas, pero somos la iglesia evangélica católica. Además, no fuimos bautizados en el nombre de Lutero, ni en el nombre de Calvino, sino en el nombre de Cristo”. [5] De nuevo, el temor es claro entre los protestantes de que Dios y Cristo son celosos de Su gloria.

Para el tiempo del Sínodo de Dort (1618), en algunas ocasiones los reformados todavía eran llamados “calvinistas”. Sin embargo, en Dort, los términos preferidos fueron “reformados” o “contra remonstrantes” (este último un término acuñado en referencia a los teólogos remonstrantes [arminianos] que redactaron una remonstrancia que contenía cinco tesis que con probabilidad provenían de la Declaración de Arminio de 1608). Los cinco artículos de los remonstrantes fueron debatidos en Dort, pero estos cinco artículos puede que no hagan justicia al amplio proyecto teológico de Arminio, aunque seguramente este no habría estado en desacuerdo con lo que presentaron sus “seguidores”. De hecho, así como muchos “calvinistas” no desean ser conocidos con ese nombre, también muchos “arminianos” preferirían ser conocidos como “remonstrantes”.

CATÓLICOS REFORMADOS
En general, muchos teólogos reformados deseaban ser identificados como católicos reformados. El brillante teólogo holandés, Gisbertus Voetius (1589–1676), aborda este tema en su Catequesis del Catecismo de Heidelberg (Día del Señor 12, pregunta 82). Voetius señala que los “papistas” desean ser llamados “católicos”, pero que esto es ilegítimo; más bien, los reformados son los verdaderos católicos.

Voetius y otros teólogos reformados no quisieron ser conocidos como calvinistas porque ese era el error “papista”: seguir a un hombre. Católico reformado (reformato catholici) tiene en vista una tradición que es parte de una tradición. De hecho, dice:

1. ¿Realmente queremos que nos llamen calvinistas?
2). No.
3). ¿Por qué no?
4). Porque Calvino no es nuestra cabeza.
5). Pero, dicen, que ustedes tienen su doctrina por Calvino; por tanto, ¿cómo no son calvinistas?
6). No tenemos nuestra doctrina por Calvino.
7). ¿Por quién entonces?
8). Por la palabra de Dios.
9). Pero, ¿se sienten en los caminos de la religión como Calvino?
10). Así es, pero no por eso es nuestra cabeza.

Como católicos reformados, podemos afirmar que somos parte de la tradición cristiana que incluye el impresionante trabajo de los Padres de la Iglesia (e.g., Ireneo, Tertuliano, Agustín, Cirilo), los teólogos medievales (e.g., Abelardo, Anselmo, Tomás de Aquino) y los teólogos de la Reforma y Post-Reforma (e.g., Calvino, Beza, Ursino, Cocceius, Owen, Turretin). No solo eso, al evitar el término “calvinismo” estamos reconociendo que hubo otros teólogos importantes durante el período de la Reforma que hicieron contribuciones similares a las de Calvino, como Heinrich Bullinger, Pedro Mártir Vermigli y Wolfgang Musculus. Además, antes de Calvino, muchos reformadores ya estaban haciendo sus propias contribuciones significativas a la causa protestante, como Ulrico Zuinglio (1484–1531), Martín Bucero (1491–1551), Wolfgang Capito (1478–1541), John Oecolampadius (1482–1531). ) y Guillermo Farel (1489–1565). Bucero fue una figura paterna para Calvino, siendo enormemente influyente en el ascenso de Calvino; en cuanto a Farel, era el tipo de tío “malo” que parecía ser una mala influencia para Calvino al enfervorizarlo cuando realmente Calvino necesitaba un irenismo “buceriano”. Sin embargo, fue un pensador y teólogo impresionante.

No se puede enfatizar suficientemente el punto de que Calvino, que no recibió entrenamiento formal en teología, lo cual a veces es obvio en sus escritos, era (como todos nosotros) un teólogo dependiente; dependía de los Padres de la Iglesia, los Medievales y sus contemporáneos de tal manera que su teología era poco original. Y esto, en realidad, es un cumplido. Su voluminosa producción muestra que se sintió obligado a contribuir a la continua búsqueda de la verdad, pero nunca lo hizo aislado de la amplia comunidad interpretativa cristiana. A los herejes se dejaba el abandonar la tradición para seguir sus “nuevas enseñanzas”. Los papistas afirmaban que tenían la tradición de su parte. En respuesta, los reformadores no exclamarón: “¡Al diablo con la tradición!”. Más bien, como evidentemente fue el caso en muchas de las disputas públicas de Calvino, simplemente mostraron que la tradición estaba del lado de los protestantes. Pero, aún más, que las Escrituras estaban del lado de los protestantes.

El Dr. Richard Muller también ha argumentado que los términos “calvinista” y “calvinismo” son potencialmente confusos. Después de todo, aquellos que siguieron a Calvino, y que simpatizaban con su teología, no se hicieron eco simplemente de la teología de Calvino sin al mismo tiempo hacer contribuciones únicas por sí mismos. Además, Muller añade: “Si por ‘calvinista’ se quiere decir un exponente posterior de una teología dentro de los límites confesionales descrita por documentos como la Confesión Galicana, la Confesión Belga, la Segunda Confesión Helvética y el Catecismo de Heidelberg, entonces se tendrá el problema de tener que explicar las muchas maneras en que tales pensadores (especialmente Amandus Polanus…William Perkins, Franciscus Junius y Gulielmus Bucanus, por nombrar algunos) difieren de Calvino tanto doctrinaria como metodológicamente”. [6]

Carl Trueman se hace eco de pensamientos similares: “El término calvinismo es profundamente inútil. Fue acuñado como una herramienta polémica para empañar la reputación de los reformados, y no tiene uso alguno para la historia intelectual moderna. Son mejores los términos ‘teología reformada’ y ‘ortodoxia reformada’, ya que reflejan el hecho de que los llamados calvinistas no eran los que miraban a Calvino como la principal autoridad teológica, sino más bien los que miraban a la tradición de las confesiones reformadas”. [7]

CONCLUSIÓN
El término “reformado” permite que sus seguidores se identifiquen con una tradición que fue lo suficientemente diversa como para abarcar varios documentos confesionales importantes, así como una serie de teólogos que, aunque unidos en su mayor parte por su teología, difieren en ciertos puntos de doctrina. También nos aleja de la veneración de un solo individuo.


Bibliografia:
[1] Institutio, Lib. IIII, cap. 16.1.
[2] Ver William den Boer, God’s Twofold Love: The Theology of Jacob Arminius (1559–1609) (Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2010).[3] Calvin (New Haven: Yale University Press, 2009), 185.
[4] Bruce Gordon, Calvin, 330.
[5] “Calvinism as Reformed Protestantism: Clarification of a Term” en Church and School in Early Modern Protestantism: Studies in Honor of Richard A. Muller on the Maturation of a Theological Tradition. Editado por Jordan J. Ballor et al. (Leiden: Brill, 2013), 724–25.
[6] Post–Reformation Reformed Dogmatics. 4 vols. (Grand Rapids: Baker, 2003), 1:30. Hereafter cited PRRD.
[7] “Calvin and Calvinism” en The Cambridge Companion to John Calvin. Ed. Donald K. McKim (Cambridge: Cambridge University Press, 2004), 226.

*Extraido de CalvinistInternational.com traducido por Romel Quintero.

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