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“Y tú, Esdras, conforme a la sabiduría de tu Dios, que está en tu mano, establece magistrados y jueces, que puedan juzgar a todo el pueblo… todos los que conocen las leyes de tu Dios; y enseñad a los que no las conocen.” 
Esdras 7:25
Prefacio

El liberalismo economico ciertamente es una interesante postura economica, por ello quiero compartiros un porcion de un articulo sobre el tema, abordado por el Dr. Dante A. Urbina, propugnando la incompatibilidad de esta postura con la cosmovisión cristiana, en mi opinión este planteamiento tiene soporte en el magisterio y tradición reformada, para sustentar este punto de vista he puesto anotaciones que demuestran esta concordancia (en color azul), si le agrada esta porción, le recomiendo leer su articulo completo

Introducción

La tesis del presente artículo es que cristianismo y liberalismo económico son claramente incompatibles. No se puede ser verdaderamente cristiano y verdaderamente liberal pues “nadie puede servir a dos amos; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). Como dice Daniel Marín parafraseando estas palabras: “No se puede servir a dos señores, pues se abrazará a uno y se rechazará al otro, así, o se sirve a Cristo o se sirve al dios liberal”. (1)

De este modo, decir frases como “Soy liberal en lo económico y conservador en lo social” es un despropósito pues lleva a inconsistencias en tanto “lo económico” y “lo social”, estos no constituyen mundos separados. El capitalismo liberal (que debe distinguirse de modelos de capitalismo con restricciones o regulaciones en pro de la justicia social) no constituye el ideal de organización económica que debe buscar un cristiano, sino que se trata más bien de un sistema en línea con el secularismo que se ha venido dando en Occidente y que deja cada vez más a Dios fuera de la vida social.

Por supuesto, las afirmaciones precedentes resultan bastante fuertes, especialmente para quienes creen que hay compatibilidad entre cristianismo y capitalismo liberal. Pero en lo que sigue se mostrará una clara justificación de esto.
 
La filosofía cristiana versus el liberalismo

Para mostrar la incompatibilidad fundamental entre filosofía cristiana y filosofía liberal debemos ir a los conceptos. Así, siguiendo a Santo Tomás de Aquino, diremos que, para comenzar a dilucidar algo sobre alguna cosa, “debemos tomar como base lo que su nombre significa” (2). ¿Qué quiere decir, pues, “liberalismo”? Como el nombre desde ya indica, se trata de una filosofía que da centralidad y primacía a la libertad.

Esto nos lo confirman los mismos teóricos liberales que afirman que “el liberal cree en la libertad ante todo” (3) ya que “para el liberalismo lo más importante es la libertad” (4). Pues bien, esto no lo puede afirmar un cristiano.

Como afirma Bernardinus de Moore, teologo reformado holandés, 

“También el libre albedrío tiene necesidad de un libertador, pero uno, por supuesto, que lo libere, no de la necesidad, que le era totalmente desconocida, ya que pertenece a la voluntad, sino del pecado, en el que había caído, tanto libre como voluntariamente, y también de la pena del pecado en el que incurrió por descuido y que ha soportado de mala gana.” (5)

Ciertamente el cristianismo cree en el valor de la libertad, pero no lo pone en el extremo de centralidad y primacía en que lo ponen los liberales. El cristiano cree “ante todo” en Dios y para él “lo más importante” es Dios.

Así se asevera claramente en el Catecismo Mayor de Westminster (1.1),

“El fin principal y más noble del hombre es el de glorificar a Dios y gozar de él para siempre.”

De este modo, dado que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), el valor que tiene centralidad y primacía en la filosofía cristiana no es la libertad sino el amor.

Ante esto, el teórico liberal podría objetar que la libertad es necesaria para el amor. Correcto. Pero precisamente ello muestra que la libertad es algo subordinado a la realización del amor. La libertad como potencia solo llega a la plenitud de su acto en el amor. De ahí que San Agustín dijera: Ama y haz lo que quieras” (6). No es el meramente “hacer lo que uno quiere” lo que se considera valioso desde una perspectiva cristiana, sino el hacerlo en el amor.

Para entender más a fondo cómo esto se contrapone a la visión liberal tomemos la distinción entre “libertad positiva” y “libertad negativa” propia de la filosofía política. La libertad positiva se entiende en términos de que los actos de un individuo surjan desde su genuina voluntad y ha solido vincularse en la historia de la filosofía a la noción de “autorrealización”: un individuo tendría la plenitud de la libertad positiva en tanto su elección subjetiva se corresponda con y lleve a su realización objetiva. De este modo, según el desarrollo que de esta idea se ha hecho en ciertas tradiciones filosóficas, un individuo sería más libre en tanto sus elecciones lo vinculen a instancias más altas de una escala objetiva de valores.
Así, desde esta perspectiva, el hombre virtuoso sería más libre que el vicioso.

De otro lado, la libertad negativa se entiende fundamentalmente en términos de no interferencia. Como dice Isaiah Berlin, “ser libre en este sentido quiere decir para mí que otros no se interpongan en mi actividad. Cuanto más extenso sea el ámbito de esta ausencia de interposición, más amplia es mi libertad”. De este modo, se sería más libre en tanto y en cuanto uno haga “lo que le dé la gana” sin interposición de otras instancias como Dios, la ley, el Estado, sus padres, etc. Dado ello, como liberal que es, Berlin se enfoca en defender fundamentalmente el ideal de “libertad negativa” aduciendo que “suponer que todos los valores pueden ponerse en los diferentes grados de una sola escala” implica “falsificar el conocimiento que tenemos de que los hombres son agentes libres” (7).

Sin embargo, desde una perspectiva cristiana, no se da el conflicto que pretende Berlin. Puede haber perfectamente una escala objetiva de valores y ser al mismo tiempo es verdad que los hombres tienen genuina libertad subjetiva para elegir sus rumbos de acción. Por supuesto, lo que se desprende de ello es que la libertad positiva será objetivamente mayor o menor en función de si su concreción se asocia a instancias más altas o más bajas de la escala de valores. O sea, la libertad es ciertamente un bien, pero no un bien absoluto en sí sino relativo a.

Por supuesto, esto es lo que no gusta a liberales como Friedrich Hayek, que dice que “la libertad exige que se la acepte como valor intrínseco, como algo que debe respetarse sin preguntarse si las consecuencias serán beneficiosas en un caso particular” (8), o María Blanco, que dice que “no se trata de para qué sirve la libertad, sino de defenderla porque está bien” (9). Los cristianos, en cambio, no decimos que hay que poner a la libertad como un absoluto independientemente de su contenido, implicancias o consecuencias, sino que debe ponerse al servicio de la verdad y el amor. No se trata esto, contrariamente a lo que atribuyen los liberales, de querer imponer un totalitarismo en que se obligue a practicar la virtud por la fuerza, sino simplemente de reconocer que la mera libertad negativa en términos de “hacer lo que nos da la gana” no lleva necesariamente a la libertad positiva en términos de autorrealización para los individuos y la sociedad. De este modo, puede ser cristianamente legítimo el establecer determinadas limitaciones o regulaciones a la actividad humana.

Asi escribe Francis Turretin en sus I
nstitutos de Teología Eléctica, 3, 317
“De los títulos y apelaciones dados al magistrado en las Escrituras como cuando son llamados [a] “padres lactantes” de la iglesia (“Y los reyes serán tus ayos, y sus reinas tus amas de leche,” Is 49:23; Is. 60:10); no sólo para procurarle bienes temporales , sino lo que es mucho más necesario, bienes espirituales y celestiales. [b] Son llamados “dioses” (Sal. 82:6) porque llevan la marca de su poder y gobiernan sobre la gente en su nombre. Por su autoridad, deben, pues, comportarse como vicarios de Dios, promoviendo su gloria sobre todas las cosas y cuidando de que sus súbditos le paguen el debido tributo y tributo por su culto lícito y puro

¿Y qué tiene que ver todo esto con la economía? Mucho. Si la economía se estructura o transcurre en función de las decisiones de los individuos, todo lo que hemos dicho sobre la libertad en general se aplica a la libertad económica en particular. Y es aquí donde vienen múltiples conflictos con los defensores del capitalismo liberal. Leemos en una editorial de The Economist: “El capitalismo es una especie de libertad. Otórgale a la gente determinados derechos (como el derecho a la propiedad y el derecho a vender el propio trabajo) y déjala luego a su aire, y tendrás el capitalismo. El capitalismo es algo bueno sobre todo porque la libertad es algo bueno” (10). Desde esa perspectiva, los liberales defienden al capitalismo liberal como el mejor sistema económico posible pues al no imponer mayores restricciones o regulaciones daría lugar a la máxima libertad en términos de “libertad negativa”. Pero la mera libertad negativa no lleva necesariamente a una libertad positiva entendida en términos de genuina autorrealización individual y social. En vista de ello, un cristiano no puede afirmar sin más que el capitalismo liberal constituye “el mejor de los mundos posibles”.

Esto se entiende fundamentalmente al considerar la realidad del pecado. Decía G.K Chesterton que el pecado original era “el único punto de la teología de la cristiandad que puede ser realmente probado” en tanto el pecado es “un hecho tan evidente como las papas” y la culpa humana “puede verse hasta en la calle” (11). Ahora bien, en la teología cristiana se tiene que una de las principales consecuencias del pecado original es la concupiscencia, es decir, la tendencia del hombre a pecar por causa del desorden de sus impulsos y deseos que afecta a su naturaleza caída.

Así lo enseña la Confesión de Augsburgo en su segundo artículo, apartados 1-2
“Desde la caída de Adán todos los hombres engendrados de forma natural nacen con pecado, es decir, sin temor de Dios, sin confianza en Dios, y con concupiscencia; y que esta enfermedad, o vicio de origen, es verdaderamente pecado, aun ahora condenando y trayendo muerte eterna a los que no han nacido de nuevo por el Bautismo y el Espíritu Santo.”
Pero, si esto es así, ¿es acaso mínimamente razonable pensar que los hombres dejados meramente “a su aire” darán espontáneamente lugar a un orden social y económico bueno? Claro que no. Pero resulta que los defensores del capitalismo liberal creen ingenuamente que sí. Como decía Adam Smith: “Todo individuo trata de emplear su capital de tal forma que su producto tenga el mayor valor posible. Generalmente no pretende promover el interés público ni sabe cuánto lo está fomentando. Lo único que busca es su propia seguridad, su propio beneficio. Y al hacerlo, una mano invisible lo lleva a promover un fin que no estaba en sus intenciones. Cuando busca su propio interés termina promoviendo el de la sociedad más eficientemente que si realmente pretendiera promoverlo” (12). Como se ve, los liberales tienen más fe en la supuesta “mano invisible”, que no ven, que, en la patente realidad del pecado, que sí ven.

El hombre, dejado “a su aire”, tiende muchas veces a comprar y vender cosas contrarias al bien. Y no solo eso, en la medida en que ciertos hombres tienen más poder, suelen usar ese poder para estructurar la sociedad en función de sus intereses egoístas en modos contrarios al bienestar general. Los defensores del capitalismo liberal, al estar doctrinariamente en contra de la intervención estatal, recuerdan muy bien esta verdad cuando se trata del poder político y enfatizan que la concentración de poder en regímenes autoritarios como los socialistas lleva a múltiples injusticias. En eso están en lo correcto. Pero olvidan aplicar ese mismo principio cuando se trata del poder económico. Es como si solo creyeran en la realidad del pecado cuando se trata de políticos y se olvidaran de la misma cuando se trata de empresarios, lo cual está en contradicción con la visión cristiana que afirma la universalidad del pecado. Desatendiendo así a las palabras de Charles Hodge “Lo que las Escrituras enseñan con tanta claridad no lo enseñan menos claramente la experiencia y la historia. Todo hombre sabe que él mismo es un pecador. Él sabe que todo ser humano que vio, está en el mismo estado de apostasía de Dios. La historia contiene el registro de ningún hombre sin pecado, excepto Jesucristo Hombre, quien, por ser sin pecado, se distingue de todos los demás hombres. No tenemos registro de ninguna familia, tribu o nación libre de la contaminación del pecado. La universalidad del pecado entre los hombres es, por lo tanto, una de las doctrinas más innegables de la Escritura y uno de los hechos más ciertos de la experiencia.” (13)

Los empresarios pueden vender cosas inmorales, exacerbar ciertos impulsos o conductas viciosas nuestras con tal de vender más, incurrir en explotación laboral, manipular el esquema legal, influir de formas negativas en el orden social, etc.

Para profundizar un poco, tomemos el primer aspecto mencionado: la venta de cosas inmorales. Bajo un esquema de absoluto libre mercado no habría por qué poner restricciones a la venta de la mismas. No debería haber mayor restricción a mercados como los asociados a la prostitución, drogas y pornografía en tanto ambas partes de la transacción lleguen a acuerdos voluntariamente y se respeten los derechos de propiedad. Desde la perspectiva liberal, uno puede estar de acuerdo o no con la permisividad moral de tales actividades, pero el punto es que no se deben poner restricciones a que los individuos elijan “lo que les dé la gana”, incluso si es inmoral. Pero esa no puede ser la postura de un auténtico cristiano pues para él hay otros aspectos que importan y, de hecho, que importan más pues el hombre tiene un fin que no es meramente hacer lo que le dé la gana, sino que debe realizarse en términos de virtudes humanas conforme a la ley natural y virtudes teologales conforme a su vocación sobrenatural. 

Como lo explica Richard Baxter, “No es ilegal en sí mismo vender veneno, o dar un cuchillo a otro, o pedir a otro que lo haga [vender esos bienes]; pero si se hubiera previsto que se utilizarán para envenenar o matar al comprador, es ilícito; y creo que la ley [civil] le haría creer que era culpable. En sí mismo no es ilegal encender una vela o prender fuego a una paja; pero si puede saberse de antemano que por la negligencia o la voluntad de otro [que] es probable [que quiera] incendiar la ciudad, o incendiar un tren o depósito de pólvora que se encuentra debajo de la casa del parlamento, cuando el rey y el parlamento están allí, pido perdón al obispo [con el que discutia] por creer que era un pecado hacerlo, o mandarlo;” (14)

Ante esto los liberales responden que lo único que deberían hacer los cristianos sería tratar de convencer, con discursos, a la gente de que no debe consumir cosas inmorales, pero de ningún modo deberían buscar establecer restricciones que limiten el “libre mercado” de las mismas. Como dice Ludwig von Mises : “Las críticas que moralistas y sermoneadores formulan contra las ganancias fallan el blanco. No tienen la culpa los empresarios de que a los consumidores -a las masas, a los hombres comunes- les gusten más las bebidas alcohólicas que la Biblia […]. No compete […] al empresario mudar, por otras mejores, las erróneas ideologías imperantes; corresponde, por el contrario, a intelectuales y filósofos el orientar el pensamiento popular. Aquél no hace más que servir dócilmente a los consumidores tal como -posiblemente malvados e ignorantes- en cada momento son” (15).

Mises asume que las preferencias de los consumidores vienen “ya dadas” y el empresario no puede influirlas sino solo servirlas. Pero, como apuntan Urbina y Ruiz-Villaverde (16) con base en los aportes de la economía conductual y la economía institucional, las preferencias de los consumidores no son exógenas sino endógenas al proceso económico. En otras palabras, los empresarios no se ven en una situación de meramente servir pasivamente las preferencias ya determinadas de los consumidores, sino que pueden influir activamente en el proceso de determinación de las mismas por medio de incluso técnicas sumamente sofisticadas como el “neuromarketing”. De este modo, gran parte de los ya formados hábitos de consumo de cosas inmorales que tienen muchas personas vienen influidos por procesos mediáticos, ideológicos, culturales, etc. propulsados por empresarios que buscan vender más [véase (17)]. En consecuencia, para hacer contrapeso a ello, es perfectamente legítimo, desde una perspectiva cristiana, el que el Estado pueda poner ciertas regulaciones a las actividades asociadas a la producción, promoción, distribución o consumo de determinados productos o servicios perniciosos.

Asi lo apunta el puritano James Durham, “Ellos [los magistrados civiles] pueden y deben emplear y hacer uso de algunos instrumentos adecuados para prevenir la seducción, y pueden proporcionar los que puedan ser apartados para estudiar tales controversias y refutar tales errores, para que la verdad sea más clara. claro." (18)

Ahora bien, esto no implica que sea parte de la perspectiva cristiana el instaurar un Estado moralista totalitario en que se haga punible todo acto inmoral. Como apunta Edward Feser:

“Quisiera enfatizar que nada de esto significa de por sí que al final de cuentas debería haber leyes contra cada comportamiento considerado vicioso desde el punto de vista de la ley natural.(…) En gran parte la cuestión de si debería haber tales leyes es materia prudencial”. Siguiendo, pues, el principio tomista de aplicación prudencial de la ley humana, la idea no es prohibir todo, sino solo poner algunas restricciones o regulaciones (vía supervisión, impuestos, etc.) sobre ciertas actividades considerando también el principio tomista de que “es propio de la ley inducir a los súbditos a su propia virtud” (19).

Consideremos ahora la cuestión del “precio justo”, central en el pensamiento económico cristiano, especialmente de los escolásticos medievales y la escuela de Salamanca. Para los defensores del capitalismo liberal basta con que comprador y vendedor hayan acordado libremente un determinado precio para que ello sea condición no solo necesaria sino también suficiente para que dicho precio sea considerado justo. Sin embargo, un cristiano considera también otros aspectos sin los cuales una transacción no puede ser considerada justa. Por ejemplo, debe tomarse en cuenta la situación de necesidad del otro. Así, Santo Tomás, al examinar la cuestión de si es lícito vender una cosa por encima de su precio, se pone a sí mismo la siguiente objeción:

Lo que es común a todos parece ser lo natural, y no es pecado. Ahora bien: según refiere Agustín, en XIII De Trinitate, fue aceptada por todos aquella frase de un cómico: ”¿Queréis comprar barato y vender caro?”. Y hay también resonancia de ello en el texto de Prov. 20:14: “Malo, malo es esto, exclama todo comprador, y cuando se marcha se felicita”. Luego es lícito vender una cosa más cara y comprarla más barata de lo que vale. (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-IIae, q. 77, art. 1, obj. 2)


A esta objeción responde:

Como dice Agustín allí mismo: ‘Aquel cómico, al examinarse a sí mismo, o al observar a los demás, creyó que era un sentimiento común a todo el mundo querer comprar barato y vender caro. Pero, puesto que, ciertamente, esto es un vicio, cada cual puede alcanzar la virtud de la justicia que le permita resistir y vencer al mismo’. Y cita el ejemplo de un hombre que pudo comprar en un precio módico cierto libro a un mercader por ignorancia de este, y, sin embargo, le pagó el justo precio. Por tanto, es evidente que aquel deseo generalizado no es un deseo natural, sino vicioso, y, de este modo, es común al gran número de aquellos que caminan por la ancha vía de los vicios. (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-IIae, q. 77, art. 1, sol. 2)

Dado esto, un cristiano debe oponerse a esa actitud propia de nuestra sociedad capitalista en que uno como comprador actúa fundamentalmente como un “cazador de gangas” pues, aunque se esté llegando a acuerdos voluntarios con el vendedor, ciertos bienes pueden ser particularmente baratos porque se fabrican en condiciones de explotación laboral, con salarios indignos, generando afectaciones no compensadas al medio ambiente, etc. Así pues, el cristiano debe hacer continuos actos de intelecto o voluntad para hacer siempre lo justo. Es así como se construye una mejor sociedad, no dejándoselo todo a la supuesta “mano invisible” del mercado. Más bien, el hecho de que varios se olviden de estas consideraciones de moral cristiana en la práctica y se dejen llevar por la vorágine del intercambio capitalista muestra que “el mercado no es un mecanismo automático de mejora moral. Al contrario, parece que se ha convertido en una suerte de institucionalización de la irresponsabilidad” (29).

En todo caso, queda claro que, como apunta Daniel Marín “la teoría del precio justo, acerbo moral tradicional de la Iglesia enmarcado en la justicia conmutativa, dista de largo del salvaje y libertino liberalismo capitalista moderno” (20),. Y al respecto muestra cómo la concepción de los economistas liberales de la Escuela Austríaca se contrapone con la de los pensadores cristianos de la Escuela de Salamanca:

Descendiendo al ejemplo concreto, los austríacos defendieron la abusiva subida de precios de habitaciones que aconteció tras el atentado del 11-S, cuando se decretó el cierre de terminales aeroportuarias y cientos de personas se quedaron en la necesidad de un techo bajo el que pasar la noche; unas decisiones de libre mercado que ni Molina, ni Salas, ni Lugo, ni los escolásticos tomistas españoles validarían como justa. (21)

Así pues, no basta el mero acuerdo “libre” -en el reduccionista sentido de “no coacción” en que lo entienden los liberales- para que un precio se considere justo.

Recordemos tambien las palabras del teologo escoses George Gillespie,
“El magistrado debe cuidar también del mantenimiento del ministerio, de las escuelas, de los pobres, y de las buenas obras para los usos necesarios, para que la religión y la ciencia no falten [carezcan] de sus necesarios adminículos [ayudas].
Finalmente, debe cuidar de que todas las iglesias estén provistas de un ministerio capaz, ortodoxo y piadoso, y escuelas con maestros eruditos y bien calificados, que sean mejor aprobados por aquellos a quienes corresponde examinar y juzgar sus calificaciones. y partes…” [Aaron’s Rod, Part 2, ch. 8, p. 122]

La Biblia versus el capitalismo liberal

Para dilucidar la cuestión de la compatibilidad o incompatibilidad del cristianismo con el capitalismo liberal es absolutamente necesario examinar la cuestión a la luz de las Escrituras, pues es la Biblia la que constituye la fuente doctrinal autoritativa y vinculante para todos los cristianos.

Pues bien, en ocasiones se pregunta si la Biblia apoya el capitalismo o el comunismo. Pero tal pregunta es errada pues lo que la Biblia busca fundamentalmente establecer es el Reino de los Cielos, y Jesús claramente dijo “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Capitalismo y comunismo, en cambio, son órdenes para el reino de este mundo. Jesús propone un orden perfecto y es claro que ninguno de esos sistemas cumple tal estándar. Por eso, como apunta Bloomberg (22), uno no puede defender ningún sistema económico como el sistema bíblico pues hay fortalezas y debilidades en cada sistema. Adicionalmente, hay que tener en cuenta que, tanto en la época veterotestamentaria como en la neotestamentaria, no había tal cosa como un sistema económico capitalista o comunista estructurado. De este modo:

Tal vez la razón fundamental por la que uno no puede derivar un sistema económico bíblico para hoy es que ninguno de los dos principales modelos contemporáneos -capitalismo y socialismo, con todas sus varias modificaciones- existieron a gran escala sino hasta la caída del feudalismo medieval. (22, ch. 8)

No obstante, también es cierto que si bien los cristianos no somos de este mundo (cfr. Juan 15:19) sí estamos en el mundo. Y esto tiene una doble implicancia. Primero, que debemos juzgar las ideologías de este mundo, sean de corte capitalista o socialista, con “juicio justo” (Juan 7:24), esto es, bajo el estándar de los principios cristianos. 

Esto tambien lo declara John Gill, en sus comentarios a Juan, 
"Dale tu sentido y juicio de cosas, de acuerdo con la verdad y la evidencia de ellos; y no encuentre fallas con eso, que lo permiten, y que Moisés y su ley, y sus propias prácticas, justifiquen."
Como dice el apóstol Pablo: “¿O acaso no saben que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo es juzgado por ustedes, ¿no serán competentes para juzgar casos más triviales? ¿No sabe acaso que hemos de juzgar a los ángeles? ¡Cuánto más los asuntos de esta vida!” (1 Corintios 6:2-3). En segundo lugar, que los cristianos debemos estar bien prevenidos respecto de elementos anticristianos en los sistemas económicos para no caer en el mal de los mismos sino más bien contribuir a cambiarlos. Como también dice el apóstol Pablo: “No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una renovación interior” (Romanos 12:2). Y agrega: “No te dejes vencer por el mal, más bien vence el mal con el bien” (Romanos 12:21).

Ahora bien, cuando vamos a la Escritura, notamos que esta defiende claramente el derecho a la propiedad privada. Así, encontramos que el mandamiento “No robarás‟ es la declaración más clara del derecho a la propiedad privada en el Antiguo Testamento” (23). A su vez, se encuentra validación o defensa de la propiedad privada en varios otros pasajes. Por ejemplo, en Isaías 65:22-23 leemos: “Y edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán del fruto de ellas. No edificarán, y otro morará; no plantarán, y otro comerá”. A su vez, en Jeremías 32:44 dice: “Comprarán propiedades con dinero, y harán escritura y la sellarán y pondrán testigos”. También en el Nuevo Testamento encontramos la afirmación de la propiedad privada. Por ejemplo, Jesús menciona el mandamiento “No robarás” en respuesta al joven rico sobre lo que es necesario para obtener la vida eterna (cfr. Mateo 19:18). Asimismo, Efesios 4:28 dice: “El que robaba, que no robe más, sino que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad”.

De esta defensa que la Biblia hace de la propiedad privada algunos infieren que, por tanto, esta apoya al capitalismo liberal. Pero esto es un grave error por dos razones. Primero, porque el apoyo a la propiedad privada a lo más podría tomarse como un elemento a favor del capitalismo en general no necesariamente a favor del capitalismo liberal en específico, pues este incluye elementos adicionales como desregulación, no intervención del Estado, libre permisión del comercio de productos nocivos o inmorales, etc. Segundo, porque la institución de la propiedad privada ni siquiera es exclusiva del capitalismo, sino que ha existido, en diferentes formas y grados, en sistemas económicos anteriores.

Por otra parte, de entre aquellos liberales que acostumbran decir frases simplistas del tipo “Todo impuesto es un robo” encontramos a aquellos que buscan validar su postura apelando a la Biblia. Así, algunos citan Mateo 17:24- 26 donde se lee:

Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas y le dijeron: “¿Vuestro maestro no paga las dos dracmas?” Él dijo: “Sí”. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: “¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran impuestos? ¿De sus hijos o de los extraños?” Pedro le respondió: “De los extraños”. Jesús le dijo: “Entonces los hijos están exentos”.


De esto infieren que se estaría otorgando a los cristianos una libertad, al menos moral, para no estar obligados a pagar impuestos a los gobiernos de esta tierra. Pero dicha alegación falla gravemente pues el pasaje citado no se refiere a un impuesto secular (para el gobierno), sino a un impuesto religioso (para el templo) y es obvio que los cristianos no estamos sujetos a pagar impuestos para el templo judío pues “ya no estamos bajo la ley” (Romanos 6:15). Pero eso de por sí no dice nada respecto de la obligación o no de los cristianos respecto de pagar impuestos a los gobiernos

Asi tambien lo afirma Juan Calvino, en sus comentarios,
Y, por lo tanto, también es muy tonto en los anabautistas torturar estas palabras para anular el orden político, ya que es más que seguro, que Cristo no dice nada sobre un privilegio común a los creyentes, sino que solo hace una comparación de los hijos de los reyes. , quienes, junto con sus empleados domésticos, están exentos [de los impuestos].
La frase “Entonces los hijos están exentos” no se enfoca en una afirmación general contra el pago de impuestos sino a mostrar que Jesús, como Hijo de Dios, está por encima de las exigencias de la ley judía pues Él mismo (y quienes en Él sean adoptados como hijos de Dios) es hijo del “dueño del Templo”. 

Como apunta un prestigioso estudioso bíblico: “Dado que ese impuesto fue mandado por Dios en la Torá misma, esta es una afirmación sorprendente. (…) Solo aquel que es el Mesías divino (…) puede hacer tal afirmación con alguna legitimidad” (2, ch. 5). En todo caso, resulta que al final Jesús terminó pagando el impuesto y, de hecho, hasta realizó un milagro para ello (cfr. Mateo 17:27).

Para resolver mejor la cuestión, analicemos un pasaje en que Jesús sí se refirió a un impuesto secular, es decir, para los gobiernos de este mundo. Leemos en el Evangelio según San Lucas:

Procuraban los principales sacerdotes y los escribas echarle mano en aquella hora, porque comprendieron que contra ellos había dicho esta parábola; pero temieron al pueblo. Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra, para entregarlo al poder y autoridad del gobernador. Y le preguntaron: “Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de personas, sino que enseñas el camino de Dios con verdad. ¿Nos es lícito dar tributo a César, o no?” Mas Él, comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: “¿Por qué me tentáis? Muéstrenme una moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción?” Respondieron: “Del César”. Entonces les dijo: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y no pudieron sorprenderle en palabra alguna delante del pueblo, sino que, maravillados por su respuesta, callaron. (Lucas 20:19-26)

El pasaje es sumamente revelador. Jesús es puesto “entre la espada y la pared”. Si responde que sí es lícito pagar impuestos al César, se gana el odio (y, muy posiblemente, también agresión física) de los judíos que lo verían como un partidario del Imperio que los oprime. Pero si responde que no es lícito pagar impuestos, sería arrestado por las autoridades civiles. De hecho, en esta cuestión, Jesús es puesto en medio de dos bandos judíos en conflicto. Por un lado, los herodianos, que se sometían de buena gana al poder romano y sostenían que era justo pagar tributo a los emperadores, y, por otro lado, los fariseos, que se oponían a ello. En todo caso, es curioso notar que ambos bandos enfrentados aparecen aquí unidos en su oposición contra Jesús. Ante esto, la respuesta de Jesús “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” los deja sorprendidos pues es claro que implica que hay que dar las monedas (impuesto) al César, pero al mismo tiempo establece que este no puede estar por sobre los derechos de Dios.

Mathew Henry se corresponde a esta interpretación, en sus comentarios al evangelio de Mateo.
Cristo no intervino como juez en materias de esta naturaleza, porque su reino no es de este mundo, pero insta a sujetarse pacíficamente a los poderes que hay. Reprobó a sus adversarios y enseñó a sus discípulos que la religión cristiana no es enemiga del gobierno civil. Cristo es y será la maravilla no sólo de sus amigos, sino de sus enemigos. Ellos admiran su sabiduría, pero no serán guiados por ella, y su poder, pero no se someterán.

Para evitar esta implicancia, algunos liberales hacen malabares exegéticos para tratar de hacer decir al texto lo contrario de lo que claramente dice. Por ejemplo, Barr llega a argüir que en este pasaje Jesús en realidad estaba animando una sedición y oponiéndose al pago de impuesto:

La respuesta de Jesús es sutilmente sediciosa. La audiencia del primer siglo habría comprendido inmediatamente lo que significaba entregarle a Dios las cosas que son de Dios. Ellos habrían sabido que las cosas de Dios y César eran mutuamente excluyentes. Ningún oyente judío habría confundido la respuesta de Jesús como un respaldo al pago de los impuestos de César. Por el contrario, su audiencia habría entendido que Jesús pensó que el tributo era ilícito. De hecho, la oposición al tributo fue uno de los cargos que las autoridades impusieron en su juicio. (24)

Sin embargo, esta interpretación es claramente absurda e implausible pues “destruye el delicado balance que Jesús habría conseguido entre las posturas judías en disputa sobre ese tema. (…) Jesús, en esencia, terminaría aliado con los fariseos y en contra de los herodianos” (22, ch. 5). Y es que, si fuese verdad que, como aduce Barr, “ningún oyente judío habría confundido la respuesta de Jesús como un respaldo al pago de los impuestos de César”, entonces los herodianos hubieran entregado automáticamente a Jesús a la autoridad civil por sedición. El pasaje explícitamente establece que se hizo la tramposa pregunta a Jesús “para entregarlo al poder y autoridad del gobernador (24)” (Lucas 20:20). Ahora bien, si la respuesta de Jesús obviamente implicase oposición a los impuestos, entonces obviamente lo habrían entregado al poder civil. Pero el hecho de que no lo hicieron es muestra de que su respuesta no implicaba oposición a los impuestos. De otro lado, tenemos que el hecho de que Jesús haya pedido una moneda y que haga responder que la cara e inscripción en la misma corresponde el César para luego decir “Den al César lo que es del César…” hace evidente que se estaba refiriendo a que había que dar las monedas al César, lo cual es nada más y nada menos que lo que constituye un impuesto. En cuanto a que entre las acusaciones que se hicieron a Jesús estaba la de oponerse al pago de impuestos, resulta que el mismo evangelista precisa varias veces que esas acusaciones eran falsas (véase Lucas 23:4, 14, 15 y 22). Así que Barr se pone del lado de los acusadores de Jesús.

El apóstol Pablo es incluso más explícito sobre la cuestión de la autoridad del gobierno:

Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por Él. Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instruido. Quienes así proceden recibirán castigo. Porque los gobernantes no están para infundir terror a quienes hacen lo bueno, sino a quienes hacen lo malo. ¿Quieres librarte del miedo a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás su aprobación, pues está al servicio de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, entonces debes temer. No en vano lleva la espada, pues está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al malhechor. Así que es necesario someterse a las autoridades no solo para evitar el castigo, sino también por razones de conciencia. Por eso mismo, paguen ustedes impuestos, pues las autoridades están al servicio de Dios, dedicadas precisamente a gobernar. Paguen a cada uno lo que le corresponda: a quien deban tributo, paguen tributo; a quien deben respeto, muéstrenle respeto; al que deban honor, den honor. (Romanos 13:1-7)

Este texto resulta extremadamente incómodo para los liberales pues afirma fuertemente la autoridad del Estado y no deja el aspecto económico fuera, sino que explícitamente afirma la obligatoriedad de pagar tributos. Pareciera que el único tipo de Estado que estarían dispuestos a aceptar los liberales sería el Estado mínimo. Pero resulta que un análisis del pasaje dentro de su contexto histórico deja sin base a quienes pretenden que el liberalismo económico sea compatible con los principios bíblicos. El contexto en que escribe Pablo es el del Imperio Romano del siglo I, y este para nada representa una situación de Estado mínimo o impuestos extremadamente bajos. De hecho, bajo los estándares liberales, el gobierno romano sería seguramente tildado de “estatista”. Como explica un erudito bíblico

Pablo redactó sus requerimientos a pagar impuestos a las varias autoridades romanas a fines de los años 50, más probablemente en el 57. Esto fue precisamente durante el reinado de Nerón en el cual los ciudadanos estaban iniciando revueltas contra la opresiva carga de los impuestos imperiales. Tácito describe una protesta formal llevada a Nerón en el 58 (Anales 13:50-51). (22, ch. 5)

Algunos liberales pretenden usar la parábola de los talentos (cfr. Mt 25:14-30) para argüir que la Biblia apoya el capitalismo en tanto Jesús pone como ejemplo a una especie de empresario capitalista que busca rentabilidad por medio de sus obreros. Sin embargo, el mensaje es más bien el contrario al que pretenden los liberales que enfatizan la propiedad individual con el derecho de usar e incluso abusar “mientras no se haga daño a otros” (principio liberal de no agresión). En la parábola, el propietario no nos representa a nosotros como dueños capitalistas, sino que representa a Dios y nosotros somos más bien los administradores de los bienes que Él, como verdadero propietario, nos ha encargado y de lo cual tenemos que rendir cuentas. Nada de derecho de propiedad absoluto sino más bien deber de servir a Dios y al prójimo. De esta forma:

La mayordomía bíblica ve a Dios como el Propietario de todas las cosas (cfr. Salmo 24:1) y al hombre -individualmente y colectivamente- como su mayordomo. Cada persona es responsable ante Dios por el uso de cualquier cosa que tenga (cfr. Génesis 1:26-30; 2:15). La responsabilidad de cada persona como mayordomo es maximizar el rendimiento de la inversión del Propietario, utilizándolo para servir a otros (cfr. Mateo 25:14-30). (25)

En su magna obra, Lex Rex, Samuel Rutherford lo expreso de esta manera “…cada miembro debe, por mandato de la naturaleza, cuidar del todo”.

Otros liberales apelan a la respuesta del amo al tercer siervo en la parábola de los talentos para abogar a favor de la ganancia por especulación financiera:

Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: “Señor, yo sé que eres un hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por eso tuve miedo y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. Respondiendo su señor, le dijo: “Siervo malo y negligente, si sabías que siego donde no sembré y que recojo donde no esparcí, deberías haber dado mi dinero a los banqueros y, al venir yo, habría recibido lo mío con intereses”. (Mateo 25:24-27)

Pero esta alegación no procede pues si consideramos con cuidado el pasaje notaremos que:

cuando el tercer inversor presenta su estrategia defensiva y explica que se basa en el carácter de su amor, el amo responde haciendo referencia a las propias palabras de él. Él dice: “Te juzgaré por tus propias palabras” (Lucas 19:22). El estándar bajo el cual responde no es su propio estándar, sino el del siervo. (…) El amo no está admitiendo que es un amo duro, sino más bien reconociendo que es visto como un hombre duro. (26)

Otro autor concurre:

La entrevista puede parafrasearse como sigue: El siervo infiel dijo: “Yo sé qué tipo de hombre eres. Eres deshonesto. Tomas lo que no te pertenece. Cosechas lo que otros sembraron y tomas lo que otros ganaron (…)”. El patrón dijo: “Solo te estás excusando. (…) Si soy el tipo de hombre duro que dices, tomando lo que no me pertenece y recogiendo la siembra y ganancia de otros, tú podrías haber cumplido tal condición (…) dando mi dinero a los usureros y a mi llegada yo habría recibido mi ganancia injusta. Tu excusa es inconsistente”. (27)

De otro lado, tenemos que una economía con protección absoluta de los derechos individuales de propiedad como pretenden los liberales, excluyendo toda redistribución por mecanismos distintos al mero libre mercado, no corresponde al modelo bíblico. Si uno revisa la organización económica del pueblo de Israel se encuentra con que el modelo de economía querido por Dios establece leyes vinculantes de protección individual y social. La misericordia no es opcional, dependiente de la libre voluntad de cada individuo, sino obligatoria. Así, durante el Año del Jubileo (cada cincuenta años) los esclavos o siervos debían ser liberados, las propiedades volvían a las familias y se debía sostener económicamente a los más pobres (cfr. Levítico 25:10, 13, 35), y cada Año Sabático (cada siete años) se perdonaban automáticamente todas las deudas (cfr. Deuteronomio 15:1). Vemos ahí, pues, a un Dios “intervencionista” que no confía en que las meras “leyes naturales del mercado” llevarán de por sí al mayor bienestar y la mejor distribución. De este modo, como apunta Paul Williams:

El Jubileo provee un lugar seguro para la relación en la tierra que no puede ser destruido por la penuria económica o la codicia. (…) Si una familia cae en dificultades económicas por causa de la mala gestión o malas cosechas, la primera red de protección es que sus compatriotas están obligados a prestarle sin cobrarle intereses. Hay una obligación de pagar, pero las deudas son canceladas si no se ha pagado al final de siete años. (…) Claramente la economía del Jubileo representa una visión socio-económica completamente diferente de la del capitalismo, a pesar del hecho de que el Antiguo Testamento apoya los mercados y la propiedad privada. A diferencia del capitalismo, la lógica del Jubileo es explícitamente relacional y estrechamente vinculada a las nociones de lugar físico que centran los conceptos teológicos de casa, pertenencia, y habitar con Dios y la creación de Dios. El sistema existe para proteger la capacidad de la gente para servir a Dios en comunidad y reconoce que las personas tienen identidad en comunidad, no de forma aislada respecto de los otros. El objetivo social de esta visión bíblica no es el crecimiento económico o la eficiencia sino la paz relacional. (28)


Vemos, por tanto, que la Biblia, sin adoptar el comunismo, tiene múltiples elementos contrarios a una visión de capitalismo liberal.

Conclusión

En vista de todo lo precedente, queda contundentemente demostrado que el cristianismo es incompatible con el liberalismo económico. De hecho, con esta conclusión está de acuerdo el que es considerado por muchos como el más grande de los economistas liberales del siglo XX: Ludwig von Mises. Él abiertamente escribe: “Nunca puede derivarse una ética social aplicable a la vida terrena desde las palabras de los Evangelios” (Mises, 1962, p. 421). Y, claro, como para él el único sistema económico con plena “ética social” es el capitalismo liberal, sus palabras directamente implican que este no podría derivarse de los principios de Evangelio. En eso le damos toda la razón. El punto es que abraza el capitalismo liberal y desdeña el Evangelio. Los cristianos, en cambio, abrazamos el Evangelio y desdeñamos el cap
italismo liberal. En todo caso, si hay por ahí cristianos que defienden el capitalismo liberal no es porque no sean cristianos sino porque les falta ser cristianos más a fondo dejando que la fe ilumine su visión sobre todas las cosas, incluyendo la economía.


Bibliografia
(1) La Iglesia y el Liberalismo: ¿Es Compatible la Enseñanza Social Católica con la Escuela Austríaca?, Apéndice, Última Línea.
(2) Suma Teológica, Ia, q. 2, art. 2, sol. 2
(3) Termes, R. (1991). Desde la Banca p. 1761
(4) Rodríguez Braun, C., y Rallo, J. R. (2011). El Liberalismo no es Pecado: La Economía en Cinco Lecciones. Barcelona: Deusto, pg 11
(5) Reformed Thought on Freedom, p. 228, ed. van Asselt, p. 228
(6) Homilías sobre la Primera Epístola de Juan, Hom. 7, n. 8
(7) Berlin, I. (1969). Two concepts of liberty. In: Berlin, I. Four Essays on Liberty. London: Oxford University Press.
(8) Hayek, F. A. (2008). Los Fundamentos de la Libertad. Madrid: Unión Editorial. 
(9) Blanco, M. (2014). Las Tribus Liberales: Una Deconstrucción de la Mitología Liberal. Barcelona: Deusto, p. 14
(10) Citado en: de Gaay Fortman y Klein Goldwijk, 1999, pp. 33-34
(11) Chesterton, G. K. (1927). Orthodoxy. London: Williams Clowes and Sons  p.22
(12) Smith, A. (1776). An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Lib. IV, cap. II 
(13) Systematic Theology Vol. II, iii. viii. xiii.
(14) cit. George Morley, The Bishop of Worcester’s Letter to a Friend for Vindication of Himself from Mr. Baxter’s Calumny (London, 1662)
(15) Mises, L. (1980). La Acción Humana. Madrid: Unión Editorial, pp. 456-457
(16) Urbina, D. A. y Ruiz-Villaverde, A. (2019). A critical review of homo economicus from five approaches. The American Journal of Economics and Sociology, 78(1), 63-93.
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(18) The Dying Man’s Testament to the Church of Scotland, or, A Treatise Concerning Scandal… (1659), Pt. 3, ch. 14, p. 251]
(19) Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-IIae, q. 92, a. 1, rpta.
(20) Marín, D. (2018). Destapando el Liberalismo. Madrid: Sierra Norte, p. 76
(21) ibidpp. 52-53
(22) Bloomberg, C. (2013). Christians in an Age of Wealth: A Biblical Theology of Stewardship. Grand Rapids: Zondervan.
(23) Howard, I. (1966). The Christian Alternative to Socialism. Arlington: Better Books, p4.
(24) Barr, J. (2018). Render unto Caesar: A most misunderstood New Testament passage. Mises Wire. July 3.
(25) Breisner, E. C. (1988). Prosperity and Poverty: The Compassionate Use of Resources in a World of Scarcity. Westchester: Crossway. pp. xi-xii
(26) Hargaden, K. (2018). Theological Ethics in a Neoliberal Age: Confronting the Christian Problem with Wealth. Eugene: Cascade, c. 2
(27) Elliot, C. (1902). Usury: A Scriptural, Ethical and Economic View. Ohio: Anti-Usury League., pp. 53-54
(28) Williams,  P.  (2013).  Capitalism,  religion,  and  the  economics  of  the  Biblical Jubilee. Cardus. July 12.
(29) Urbina,  D.  A.  (2020).  The  market  as  institutionalization  of  irresponsibility:  An ethical  reflection  on  free  market  capitalism.Annals  of  Social  Sciences  & Management Studies, 4(5)
*Las citas de los teologos fueron extraidas de ReformedBooksOnline

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