La historia de la filosofía y del pensamiento teórico yacen en un continuo. En un extremo tenemos un auténtico teísmo (o trinitrarismo histórico y ortodoxo). En el otro extremo está el nihilismo. El nihilismo declara que no hay Dios, y de esa premisa concluye que no hay ni significado, ni importancia, ni sentido en la existencia humana.
Esta tensión entre el teísmo y el nihilismo no es nueva. Fue un tema de discusión en la antigüedad, como puede verse en la literatura de sabiduría del Antiguo Testamento. Esas dos cosmovisiones están claramente yuxtapuestas en el libro de Eclesiastés.
Ese fascinante libro explota las implicaciones del secularismo y ofrece una valoración positiva de la fe en Dios vivo. Compara el tener fe en un Dios dador misericordioso con la triste alternativa, una vida totalmente inservible. Durante un debate literal consigo mismo, el Predicador de Eclesiastés intenta mostrar como su experiencia “bajo el sol”, es decir, aparte de la fe, conduce a la idea, compartida por nihilistas posteriores y por existencialistas, que la vida es absurda. Hacía eso, para motivar al lector a extraer la conclusión correcta de la vida sin Dios es totalmente inútil (i.e., tenemos que “temer a Dios”, Ec. 12:13), trasladando eso al vocabulario de Kant, el predicador de Eclesiastés se propone “conocer la sabiduría” y también entender “las locuras y los desvaríos” (1:17), o aprovecharse de la actividad humana dentro del mundo fenomenal, o sea, del mundo tal como aparece a nuestros ojos. A través de la observación empírica, el Predicador intenta encontrar significado en sus experiencias. Intenta darle sentido a esta vida, a través de darle atención a todo lo que esta “debajo del sol”. ¿Qué descubrió al final de todo? “El sabio tiene sus ojos en su cabeza, más el necio anda en tinieblas; pero también entendí yo un mismo suceso acontecerá al uno como al otro… pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el necio. Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu” (Ec. 2:14, 16b-17). Desde la perspectiva del escéptico, el que niega la existencia de un ser que todo lo sostiene en quien se fundamenta toda la estructura del significado, toda actividad humana es totalmente inútil y está sujeta al caos. La condición misma de la humanidad es endeble, o sea, como una persecución al viento.
El existencialista, dramaturgo, novelista y filosofo, Jean Paul Sartre (1905-1980) definió al hombre como una “pasión inútil”. Al describir la condición humana en su libro “Nausea”, Sartre definió al hombre como un ser compuesto primordialmente de pasiones. Como lo percibió correctamente, Sartre dice que esas pasiones carecen totalmente de valor y de significado, todas nuestras preocupaciones resultan en nada, si no hay Dios.
Apelando a sus observaciones empíricas (del mundo de lo fenoménico), el autor de Eclesiastés concluye que la vida es un círculo vicioso. Está completamente vacía de propósito. Pero se detiene ahí. En vez de nutrirse de la separación radical de Kant entre el mundo de la naturaleza y el mundo de la gracia (o los mundos que él llama “fenomenal” y “noumenal”), el Predicador va más allá de sus observaciones empíricas y comienza a hacer afirmaciones con respecto a cosas encima del sol, con respecto al ámbito de lo metafísico. Demanda fe en el Creador: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento… y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ec. 12:1, 7b). El predicador mira más allá del mismo sol. El nihilismo limita la mirada del nihilista solo a este mundo, y la esperanza muere con el significado mismo de sus vidas. El Eclesiastés nos llama a poner nuestra fe en la gran sabiduría de Dios (8:17), en la inagotable bondad de Dios (8:11-13) y finalmente, en la santa ira de Dios para castigar la hipocresía (5:1-6). Como han concluido muchos teólogos con respecto al mensaje de Eclesiastés, el Predicador se dirige a aquellos cuya percepción está más atada por el carácter finito de este mundo. Explora la vida desde su perspectiva e intenta mostrarles como inherentemente vana. El Eclesiastés es, al fin y al cabo, una crítica dura contra el nihilismo, y contra aquellos que, como mencionamos antes, desean aferrarse a la estructura moral del cristianismo mientras niegan al mismo tiempo la existencia de Dios.
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